MARIPOSAS PRESAS
Por Amara Fontao ( 2º ESO)
Desde pequeña le habían gustado
las mariposas, pues le parecían los seres que más cerca están de ser libres.
Sí, quería ser como esos elegantes seres alados, los mismos que ahora se posan
sobre sus jóvenes piernas de “chica alegre”, vestidas con unas atrevidas medias
de redecilla.
También en su feliz y dichosa
infancia solía pensar que después de su decimo octavo cumpleaños todo
cambiaría. Se marcharía del acogedor hogar en el que su ansiada libertad estuvo
estrictamente recluida bajo llave. Perdería de vista a sus cuadriculados
padres, con los que nunca tuvo una buena relación, y viviría su propia vida, la
que deseaba ella; ella y nadie más.
Ahora, sentada en el césped
húmedo de aquel inhóspito parque, cavila. Mientras tanto, deja que su largo
pelo castaño oscuro oculte sus misteriosos rasgos.
Por si sus pensamientos no
fuesen lo suficientemente deprimentes, el cielo bajo el que está no ayuda mucho
a mejorar su estado de ánimo. Más oscuro que la boca de un lobo y manchado de
densas nubes grises, tras las que se asoma una increíble luna llena; lejos
queda de ser la cúpula celeste del final de un cuento de hadas en el que dos
enamorados se encuentran a la luz de una radiante luna acompañada por
estrellas.
Qué ilusa fue al pensar que su
vida sería perfecta, que se iría a vivir con su gran amor del instituto y
tendría un precioso bebé, al que cuidaría al tiempo que se dedicaba al trabajo
de sus sueños. La película que se había montado y la trágica novela a la que
pertenece en realidad parecen ser del mismo escritor pero, para su desgracia,
son muy diferentes.
En cuanto se fue de casa con la
bestia de la que se había enamorado, se quedó embarazada de su bebé. Bebé que
presenciaba todos los episodios de maltrato que su borracho e insensible padre
ejercía sobre su inexperta y frágil madre.Tras cada perdón que el padre de su
bebé le pedía, se repetía otra paliza, que en lo único que se diferenciaba de
la anterior era en el aumento de la brutalidad con el que se llevaba a cabo.
Un día, ella cogió unas mudas, a
su querido hijo y todo el valor que tenía y se largó a un motel, lejos del
diablo que había convertido su vida en un infierno. Y ano tenía tantas
esperanzas de que su vida remontase y tampoco tenía muchas ganas de intentar
salir del agujero negro en el que había caído. De todos modos, lo rtenía que
intentar por la preciosa criatura que había traído a ese horrible mundo.
Un frío día de invierno su bebé
estaba hambriento, ella tenía que pagar el alquiler de la habitación y su
bolsillo estaba vacío. Desesperada, intentó por enésima vez encontrar trabajo
y, por enésima vez, no lo consiguió. Al volver al motel a recoger sus escasas
pertenencias, se cruzó con un chulo que la había estado observando desde el día
que llegó al lugar. Él le preguntó si quería dinero fácil; ella, dispuesta a
hacer cualquier cosa con tal de llevarle pan al único ser que le daba ánimo
para levantarse cada mañana, aceptó.
Ya no tiene fuerzas para seguir
recordando lo que sucedió a continuación en la tragedia que protagoniza, la que
vivió en primera persona. Se encoge de hombros y le echa la culpa de su mala
suerte a un elegante gato negro que pasa por la zona.
Ahora se alisa las arrugas que
tiene en su diminuto vestido, tan negro como todo lo que la rodea y se deja
llevar. Allí, en ese lugar tan misterioso, triste y oscuro como su existencia,
exhala su última bocanada de aire.
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